Los pasados 5 y 6 de octubre, socias y socios de la Sociedad Caminera estuvimos disfrutando del fin de semana cultural que nos habían preparado José Luis Soriano, Carlos Sanjuan y Eulalia Ramírez.
Salimos de Madrid, en el autocar que nos conduciría, embargados de una añorada curiosidad infantil por conocer nuevos lugares, nuevas historias y nuevos amigos, dirigiéndonos hacia las tierras de Soria.
En el camino, Eulalia nos puso al día, sobre el contexto de nuestra ruta. Nos dirigíamos a unos lugares enmarcados en la primera parte del Camino del Cid, cuando éste es desterrado de Castilla, atraviesa lo que es ahora Burgos, Soria y Guadalajara, y se dirige, después de atravesar tierras de frontera a los reinos de Taifas.
El cantar de gesta llamado Cantar de Mio Cid es la primera gran obra de la literatura española escrita en una lengua romance. Compuesto por 3.735 versos, este cantar de gesta relata las hazañas heroicas inspiradas libremente en los últimos años de la vida del caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, mercenario desterrado por el rey de Castilla que recupera su honra y el favor del rey recibiendo el perdón de Alfonso VI por su conquista de Valencia. Es una obra anónima, que fue escrita (copiada) por Per Abbat en torno al año 1207.
También nos habló del trabajo de Ramón Menéndez Pidal y, especialmente, de su esposa María Goyri en su incansable labor en la recolección de la tradición oral de los romances. La pasión que compartían era de tal calibre que les llevó en viaje de luna de miel, optar por la original idea de recorrer los pueblos de la Ruta del destierro del Cid con el aliciente de estudiar la topografía del Cantar del Mío Cid. Una larga travesía que el matrimonio realizó en tren, caminando, a lomos de una mula o cruzando lagos en una balsa.
Fue en Burgo de Osma, donde a María Goyri se le ocurrió recitar el romance de “La boda estorbada” a una lavandera con la que conversaban. Esta señora les dijo que se lo sabía y además conocía muchos otros que se aprestó a cantarles; María creyó reconocer en uno de ellos un relato histórico, la muerte del príncipe don Juan. Y, en efecto, era un romance del siglo XV desconocido a todas las colecciones, por lo que, se apresuraron a copiar éste y otros romances. Descubrían que los romances de tradición oral procedentes de Castilla estaban vivos y que ellos los estaban escribiendo por primera vez desde que dejaron de recogerse en el Siglo de Oro. Allí iniciaron la creación de un archivo propio del Romancero que incluía localización, identificación, recolección y clasificación de romances de tradición oral.
Durante una visita a Granada en 1920, el matrimonio y su hija Jimena, son acompañados por un jovencito que les condujo por las calles del Albaicín y por las cuevas del Sacro Monte donde entraron en contacto con gitanos granadinos que sabían muchos romances y no tardaron en recitarles mientras ellos los anotaban. Ese muchacho que nada sabía por entonces de esta tradición oral era Federico García Lorca; este encuentro despertó su interés por el romancero que culminaría en la creación de Romancero gitano.
El trabajo de Ramón Menéndez Pidal, es bien conocido, no así el interesantísimo trabajo de María Goyri de estudiante, enseñante, investigadora, etc.
Esta mujer, a finales del siglo XIX, cuando se dirigió a la Universidad para continuar sus estudios, le comunicaron que no se contemplaba el caso de una matrícula femenina. Ante la imposibilidad de matricularse oficialmente por ser una mujer, consiguió un permiso del Ministerio de Fomento que le permitía asistir como oyente a las clases de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid. Para conseguirla, tuvo que lograr que todos los profesores que iban a darle clase informasen que su presencia no provocaría disturbios ni alteraciones del orden en la clase. Lo consiguió, pero cada día, al llegar a la universidad, no se le permitía estar en los pasillos y era conducida por un bedel al Decanato de la Facultad donde permanecía encerrada hasta la llegada del catedrático que la acompañaba a la primera clase. Una vez allí, debía sentarse en el primer banco, aislada del resto de sus compañeros. Acabada la primera clase, era reconducida al mismo cuartucho donde tenía que esperar al segundo catedrático y este ciclo se repetía hasta el final de la jornada.
Los detalles de la vida de esta mujer muy adelantada a su tiempo, podéis encontrarlos en el siguiente enlace.
https://fundacionramonmenendezpidal.org/biografia-maria-goyri/
Después de este baño de historia, Sofía nos recitó un precioso poema de Gerardo Diego:
ROMANCE DEL DUERO
Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja;
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.
Indiferente o cobarde,
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.
Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.
Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.
Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.
Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,
sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.
Mas tarde, llegábamos a Pedraja de San Esteban inmersos en los muchos significados del Duero a través de los tiempos, para acompañar al río en un pequeño tramo hasta San Esteban de Gormaz, disfrutando de los inicios del otoño, abrazados por el impresionante manto dorado de los álamos, parando para el almuerzo en un precioso merendero que sirvió de reposo para el tentempié que nos apretamos en la ribera de nuestro descubierto caudal líquido de historia.
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Llegamos a San Esteban de Gormaz. Allí hicimos una breve parada divisando El Castillo, del siglo X. Uno de los castillos claves, que cambiaron de manos continuamente durante los siglos X-XI. Controlaba el paso y vigilaba el puente sobre el Duero. No le pudimos visitar en esta ocasión, aunque visitamos el puente de origen medieval.
El autobús nos recogió para llevarnos a Burgo de Osma, donde arribamos en las habitaciones que nos iban a servir de alojamiento nocturno. La llegada a Burgo de Osma no defraudó nuestras expectativas. Una hermosa vista de la muralla y la puerta de San Miguel con la catedral engallada asomando el pináculo sobre el cerco amurallado.
Desde 1993, El Burgo de Osma está declarado Bien de Interés Cultural como Conjunto Histórico Artístico.
Por la tarde acudimos a lo que fue el antiguo hospital de San Agustín a visitar el Aula de Historia. Allí conocimos los turbulentos momentos que conformaron la vida de los pueblos que sucesivamente habitaron estos lares. Después, nos zambullimos en la villa para perdernos en un hermoso viaje en el tiempo.
Anduvimos por las empedradas calles, escoltadas por una comitiva de espaciosos soportales, sostenidos por columnas y postes de diferentes clases, procedentes de distintos espacios temporales, y rodeados de antiguos edificios. Sobre ellas, tenuemente, se podía fantasear adivinando el ruido del arrastre de sotanas, el cansino andar de vendedores, labradores, zagales…
La catedral, que no pudimos visitar, era una chocante amalgama de estilos, desde el románico más primitivo hasta el barroco del siglo XVIII.
Llegó el momento de juntarnos para acometer la fastidiosa tarea de ocuparnos de las viandas. ¡Pardiez que la cena fue espléndida y copiosa.
A la mañana siguiente partimos de El Burgo hacia Duruelo de la Sierra. El plan era visitar una necrópolis en Duruelo y luego ir caminando por los pinares hasta Covaleda. El tiempo estaba nublado y las previsiones eran que se adelantaba la lluvia, aunque en un principio se anunciaba por la tarde. Cuando llegamos a Duruelo, decidimos iniciar el camino por el Duero, prescindiendo de la necrópolis ya que no queríamos tentar a la suerte y vernos sorprendidos en el pinar por la tormenta.
José Luis nos explicó brevemente, que estos eran unos de los mejores pinares de España y tal vez de Europa y, desde luego eran de los que mejor cuidados estaban. El principal motivo era lo que llamaban las suertes. La Suerte de Pinos es un modo ancestral de gestión de los recursos forestales y un privilegio de posesión comunal del bosque, que se remonta a las Cartas Pueblas concedidas por los monarcas del medievo a las poblaciones de la Comarca de Pinares de Burgos y Soria, con las que se pretendía fomentar el asentamientos de los vecinos.
Esta práctica, con más de 700 años de historia, y que a lo largo de los siglos ha atraído la atención no solo de otras zonas de España, sino también de fuera de ella, se llevaba a cabo en el mes de septiembre, cuando se efectuaba un recuento del volumen de leña y troncos, y cada Ayuntamiento hacía tantos montones como vecinos tenían derecho a la suerte de pinos. Las condiciones de los vecinos para lograr el derecho a la suerte de pinos variaban de un municipio a otro, y requerían haber nacido en el pueblo, que sus padres o abuelos hubiesen nacido también allí, o residir
habitualmente en la localidad.
También en algunas zonas de la comarca se concedían derechos tras el matrimonio, o media suerte a los solteros mayores de 25 años. Un modo ejemplar de aprovechamiento de la tierra que ha servido para mantener las comunidades y el entorno natural consiguiendo librar de los incendios estos territorios.
En cuanto al entorno geográfico, nos encontrábamos cerca del Parque Natural del Cañón de Río Lobos, Parque Natural de la Laguna Negra y Circos Glaciares de Urbión, La Sierra Cebollera; además, el rio Duero nace apenas a 8 km de Duruelo. Rodeados, pues, de enclaves singulares apenas conocidos. También es muy destacable las numerosas necrópolis de antiguos pobladores que salpican todo el territorio.
El paseo era extraordinario, sobre todo los olores. El olor a tierra, a pino, ese olor que no sabes describir pero te retrotrae al extracto más primigenio de tu naturaleza, cambiando el estado de ánimo por un exultante bienestar. Los colores, ahhh, los colores, a pesar de que el sol retraído, se ocultaba bajo un espeso manto de nubes, los colores tenían esa pincelada otoñal y húmeda del bosque antes de la tormenta.
Caminábamos bajo el abrazo de los pinos, zarzamoras, arbustos varios. No nos cansábamos de admirar todo en derredor.
Llegamos a Covaleda en el momento en que la lluvia comenzaba a caer. La bula de esta Sociedad Caminera con el tiempo había vuelto a funcionar.
Allí nos recogería el autobús para llevarnos a Molinos de Duero, donde almorzaríamos a orillas del Duero.
Molinos de Duero fue la capital de la Real Cabaña de Carreteros, que llegó a contar con 872 carretas, fundada por los Reyes Católicos en 1497, para fomentar el transporte de la lana, maderas, piedras y todo tipo de enseres, llegó a contar con 2.617 bueyes que se encargaban de tirar de las carretas. Vestigios de la prosperidad de esta población son las numerosas “casonas carreteras”, impresionantes casas en piedra, muchas de sillería, varias de ellas con escudos heráldicos.
Nos dispusimos a dar cuenta de la suculenta comida en el restaurante de un precioso merendero a orillas del Duero, donde comimos fenomenal, ya con el ánimo en declive porque se acercaba la hora del regreso.
No obstante, nos fijamos en un artículo que figuraba en el restaurante, de Eduardo de Ontañon para el Estampa de principios de Siglo XX, sobre “las suertes” en estas tierras de pinares y carretas.
Finalizó el fin de semana cultural de camineros con muy buen sabor de boca, esperando reunirnos pronto para descubrir otros lugares.
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Por último agradecer la foto de grupo de Carlos Sanjuán y otras aportaciones fotográficas de Javier Sánchez, que también ha elaborado el siguiente e inédito vídeo.