Desde Quijorna, el domingo 23 de Abril, puntuales como siempre, salimos por un tramo de la Cañada Real Segoviana que formó parte de la Vía del Estaño, de origen griego, que llegaba hasta Portugal. Parece que también tomó el nombre de “el Camino de Aníbal”, ya que este general cartaginés pasó por allí hacia Salamanca.. Además, en la época romana marcó la división entre la Hispania Citerior y Ulterior. Mucho más cercano a nuestro tiempo, pasaron tropas republicanas al mando de Valentín González “El Campesino”, que tomaron Quijorna durante la Batalla de Brunete en la Guerra Civil. 

En ese tramo, la Cañada Real Segoviana corre al lado del arroyo de Quijorna, en estos momentos de fuerte sequía sin cauce de agua, aunque con amplia vegetación típica de rivera como el sauce que observamos más de cerca, contemplando su floración con algunos comentarios sobre esta planta dioica de Ramón García Ada, que gentilmente hizo de guía y de comentarista en los detalles singulares de la marcha. Carlos y Rosa de la Comisión de marchas, organizaron y colaboraron en todo el recorrido. Nos detuvimos también en la zarzamora y el majuelo, este último, de frutos comestibles aunque no sabrosos, encontrándose huesos de los mismos en yacimientos paleolíticos.

Proseguimos en la mañana que apuntaba calurosa, hasta encontrarnos un mojón de la época del rey Carlos IV señalando un antiguo coto real de caza, datado en 1793 .

 

Ramón comentó que la retama de bolas (Retama sphaerocarpa) se usaba, en tiempos pasados, en las tahonas de Madrid para calentar los hornos de pan.

 

Un poco más adelante, nos paramos en otro mojón con loculi (hueco superior), posiblemente de época romana, que pudo ser utilizado para colocar un objeto de madera indicativo de la presencia de un recaudador de impuestos en la zona.

Continuamos la marcha, bajo el sol que empezaba hacerse notar, hasta observar un horno de cal deteriorado rodeado de restos de cenizas, abundante escoria que cubría el terreno, ennegreciendo el paraje.

Una higuera se había adueñado de la cavidad, aprovechando la sombra de sus muros.

Frente a él, hacia la izquierda, otro muy bien construido y conservado, de posible origen romano.

La piedra calcárea está compuesta principalmente por carbonato de calcio (CaCO3) y mediante la combustión (cocido) se convierte en cal viva (CaO), óxido de calcio, al eliminarse el CO2. Los hornos permanentes eran cubos o cubas de mampostería de piedra, que solían recubrirse en su interior, en cada hornada, con arcilla, enluciendo sus paredes, para tapar bien los poros y guardar mejor el calor. Dentro, se iban colocando las piedras calizas en forma circular, rodeando la cuba interiormente, culminando con una bóveda de la misma piedra caliza.

Sobre la cúpula o bóveda así construida, colocaban el resto de las piedras desde arriba del horno. La parte superior se remataba con piedras pequeñas para resguardar el calor, tierra, arcilla o cal de  mala calidad. Las piedras de cal así colocadas dejaban huecos entre ellas, lo que proporcionaba el tiro y hacía que pudiera subir el calor para la cocción de la piedra.

Horno de cal

La leña para la cocción (brezo, jara, romero, cepas, ramas de olivo, arbustos de la zona…) se  recogían meses antes, y se dejaba secar atadas en manojos. La leña se introducía por la boca del horno, en el hueco que quedaba debajo de la cúpula. Después se encendía el horno, normalmente al amanecer para disponer de todo un día vigilando la cocción ideal, y se mantenía el fuego, alimentándolo día y noche, al menos durante tres días y dos noches, si no más. La leña se empujaba al interior del horno con una horca de madera (varas de 4-5 metros de largo, de madera verde, para que no ardieran). La alimentación debía ser continua y uniforme, para mantener el fuego al mismo nivel. Las cenizas de la combustión de la madera, se iban sacando por la boca del horno (en los alrededores, se distinguen los amontonamientos de ceniza). Cuando el maestro calero consideraba que se había terminado la cocción adecuadamente, se tapaba la boca con piedras y barro, y se dejaba que el horno perdiera el calor lentamente (durante una semana, diez días…) para completar la cocción y poder manejar las piedras cocidas. Cuando las piedras y el horno se habían enfriado (podía tardar una semana) se desmontaba la hornada, sacando las piedras a mano, que entonces pesaban menos (un 30-40% de su peso original). Las piedras se recogían y clasificaban según su grado de cocción, evitando que se deterioraran por la humedad o el contacto con el agua.

Horno de José Orodea

Desde 1566 hay diversos documentos, particularmente en el Archivo de Protocolos de Madrid, que relacionan el transporte de carretas con cal desde las canteras del Vétago (como se denomina esta zona entre Quijorna y Valdemorillo) hasta El Escorial, para la construcción del monasterio, el puente de Segovia (Madrid), el Palacio de Boadilla, la presa del Gasco… Aunque La humanidad ha venido utilizando y cociendo cal desde hace más de diez mil años y el procedimiento para obtenerla, por medio de hornos de cuba. Se ha constatado su uso en Asía, África, Europa y América.

Interior horno de José Orodea.

A mediados del siglo XVIII se inicia el declive productivo de la cal en la zona. Según el catastro del MARQUÉS DE LA ENSENADA (1752) solo funcionaban en Quijorna 6 hornos que proporcionaban a sus dueños 6.200 reales/año; asimismo hay una cita sobre la existencia de 21 trajinantes de este producto. Es a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando la cal cae en desuso, sustituyéndose paulatinamente por el cemento portland.

Interior horno de José Orodea.

Caminamos hacia unos hornos cerámicos: el horno de José Orodea en forma de  botella y muy cerca de él otro horno abandonado, parece ser por falta de efectividad. El horno “de botella” consta de un cuerpo cilíndrico, sobre el que se sustenta una forma cónica, algo abombada, culminando en altura con un pequeño emboquillado de salida de gases a modo de remate de la chimenea. el cuerpo cilíndrico es de mampostería, con un diámetro exterior de unos 5 metros. Hay  huellas de 4 vigas de hierro, hoy desaparecidas.

En la parte inferior hay ocho puertas  para airear la cámara de combustión, tres de ellas tapadas y una bastante grande para favorecer la entrada de los operarios y leña al interior. Las puertas culminan en arcos de medio punto.

A unos 2,30 metros de altura hay un gran abertura, una gran puerta para acceder a “la plaza”, el espacio disponible sobre un parrilla metálica, hoy desaparecida, donde la pasta cerámica recibía la acción directa de la llama. 

 

Muy cerca se encuentra otro horno desechado, su interior nos ofrece un juego de luces bellísimo.

Retomamos la marcha, dejando a nuestra izquierda,  una edificación en ruinas, que tal vez hubiera servido de vivienda, de almacén de herramientas, o de pequeña oficina.

Nos dirigimos de vuelta la Cañada Real Segoviana, abandonándola nuevamente un poco antes de un tramo ascendente conocido como la Cuesta del Vétago, para visitar una cueva excavada, usada como refugio en la Batalla de Brunete, pero mucho más antigua, construida como fresquera para guardar las piezas de caza cobradas por la realeza, la nobleza y  la aristocracia en sus partidas de caza en el pasado.

Procedimos a regresar, departiendo de la agradable jornada que habíamos disfrutado, en la que se incorporaron amigos nuevos que esperemos que pronto formen parte de esta gran familia de camineros.

 

Diente de león

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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