Debido a la estupenda acogida de la primera convocatoria, que se cubrió en veinticuatro horas, quedando muchos interesados en lista de espera, nos vimos obligados a repetir esta salida la semana siguiente. Un gran éxito de esta primera colaboración entre la Sociedad Caminera y el colectivo Azálvaro.
En esta ocasión, el itinerario transcurrió a lo largo del río Moros, y en el monte de utilidad pública La Garganta, perteneciente a la reserva de la biosfera de La Granja de San Ildefonso – El Espinar, y el objetivo era aprender a reconocer y a disfrutar de este paisaje antrópico de larga tradición, surgido del aprovechamiento forestal y ganadero del monte, y conocer algo más sobre las personas y las profesiones (leñadores, gabarreros, boyeros) que lo han ido conformando a lo largo de los siglos.
Empezamos la marcha en el pago y vado de La Panera, cruce de caminos y vías pecuarias para el paso de personas, ganados y mercancías, como la vereda de las Campanillas y el camino de Quebrantaherraduras, que sería el utilizado por el arcipreste de Hita y, según algunas fuentes, el antiguo camino árabe de Balat Humayd. Estos usos dieron lugar a la formación de un paisaje de dehesa y a la aparición de infraestructuras como el molino de La Panera y las ventas de la Campanilla, de Ventaquemada, del Cornejo. Nuestro guía, Iván, nos hizo ver que la presencia de un saúco junto a unos bloques de piedra nos informan de la existencia de la ruina de alguna infraestructura, ya que el saúco gusta de los terrenos ricos en cal.
Iniciamos luego el suave ascenso por la pista que transcurre paralela al río Moros, ya dentro del pinar de pino silvestre que ocupa, por intervención humana, el área natural del roble, en secciones, tramos y cuarteles ordenados en el siglo XIX porel ingeniero José Jordana. El camino está jalonado por los diversos refugios de obra (de Puente Negro, de los Guijos, de las Tabladillas) que sustituyeron a mediados del siglo pasado los tradicionales chozos de latas con piso de tierra cubierto de hojas de helecho.
Estos refugios se acompañan de otras infraestructuras e instalaciones que nos hablan de las actividades que aquí se desarrolla(ban): un tentadero, evidencia del uso ganadero compatibilizado con el uso forestal, que no solo aprovecha recursos que a la industria maderera no interesa, sino que contribuye de manera activa al mantenimiento de la masa forestal, con su limpieza de la maleza que contribuye a evitar los incendios; y cercados de tallares o pimpollos, que evidencian la presencia de viveros de reproducción de pinos.
Iván nos explicó cómo transcurría tradicionalmente, cuando la única energía empleada era la de sangre, la extracción de la madera. Todo empezaba con dos chaspes, uno en el raigal y otro a la altura del pecho del leñador. Seguía después el apeo, teniendo cuidado de que el pino no cabalgase sobre los otros pinos ni estropease otras especies vegetales, como los tejos. Una vez en tierra, el pino era sometido al desrame y al aplaste de los nudos, para generar un fuste limpio, y después al desroñe, para desbastarlo. Y finalmente se acuñaba el pino para evitar que se moviera mientras se marcaban los tablones que podían ser extraídos. Cada familia marcaba los árboles que había abatido y labrado con una señal específica, lo que les permitía cobrar por su trabajo una vez llegados los troncos al aserradero. Junto al refugio del Raso de la Secada se amontonaban los troncos para su secado antes de ser transportados por los boyeros.
Los boyeros arrastraban los troncos por los jorros hasta los cargaderos, donde se procedía a cargar las carretas. Una parte importante de esta madera se transportó en tiempos hasta El Escorial, para la construcción del monasterio. De hecho, este monte perteneció durante unos diez años del siglo XVIII a los monjes, que necesitaron de esta madera para la reconstrucción del monasterio tras el incendio de 1671.
La madera seca, restos vegetales no aprovechables por la industria maderera, era recogida por los gabarreros. Esta se componía de la coguta, o raberón, del raigal, las ramas, etc… Era un trabajo muy duro y poco considerado. El trabajo se hacía en los tres meses de invierno, por lo que, además de los cortes por hacha, no eran infrecuentes las amputaciones de dedos por el frío. Si los guardas forestales pillaban a algún gabarrero con madera verde escondida entre la madera seca, este era conducido a prisión, donde permanecía durante el día, Por la noche, cuando salía para ir a dormir a su casa, el gabarrero subía al monte a hacer su labor, lo que se llamaba entonces hacer la lobá o ser matutero.
Otra actividad que hubo en estos parajes, y que ha dejado su rastro en la toponimia, en el lugar conocido como Puesto el Rey, es la cinegética. Se menciona en el Libro de la Montería, donde aparece como buen monte de oso (presente por estos lares hasta hace unos doscientos años) y puerco. Este era el apostadero desde donde el rey se cobraba las piezas, que habían sido llevadas río abajo, desde las laderas vecinas, por los habitantes de la zona que hacía el ojeo.
Con estas y muchas otras explicaciones sobre las especies vegetales y animales presentes en el entorno, las formaciones geológicas de interés, y otras huellas visibles de las actividades humanas en el paisaje, llegamos hasta la presa del Tejo, cuya pantalla se construyó con piedra del próximo Sarao de las Damas, donde dimos cuenta de nuestras vituallas antes de volver, tranquilamente, por el mismo camino.
Mariano nos dejó estas fotografías:
Y Carmen nos ofrece en este enlace más imágenes de un fantástico día:
https://photos.app.goo.gl/fX7cWJtTRefLMBGA6